El pecio del RMS Don Juan o «San Andrés»
El pecio del RMS Don Juan o «San Andrés»
En las costas de Tarifa, ubicada en la zona más meridional de Europa y a escasos 15 kilómetros del continente africano, es muy habitual encontrar numerosos naufragios debido al punto estratégico para la navegación que siempre ha representado a lo largo de la historia. La entrada y salida del mar Mediterráneo por el estrecho de Gibraltar ha sido un lugar clave en las rutas marítimas desde la Antigüedad, cuando se lo conocía como las Columnas de Hércules en representación de los límites del mundo conocido por los griegos, hasta hoy en día, tanto por motivos políticos como económicos o pesqueros.
Su nombre proviene del peñón de Gibraltar, ubicado en territorio español aunque bajo gobierno británico desde que se firmó el tratado de Utrecht en 1704. En frente, al otro lado del mar y ya en territorio africano, destaca el monte Musa (Marruecos). Estos imponentes accidentes geográficos probablemente serían la representación de las míticas columnas griegas del dios Hércules en el famoso mito de sus doce trabajos, ya que si se las observa en la ruta de salida del Mediterráneo hacia el Atlántico se produce una ilusión óptica en la que primero se encuentran solapadas ambas tierras y a medida que uno se acerca se van separando, como ocurre en la leyenda.
A pesar de la gran proximidad entre ambos continentes (cuyo punto más cercano se encuentra entre punta de Oliveros en España y punta Cires en Marruecos), la notable profundidad de este estrecho, de varios cientos metros, siempre ha sido un impedimento para que estas costas se unieran, incluso tras las numerosas variaciones climáticas y del nivel del mar que ha habido a lo largo de la historia. Debido a sus características físicas, el estrecho de Gibraltar es un lugar donde las corrientes y los vientos son más pronunciados que en otros puntos del litoral. Esto provoca que sea un paso que, a pesar de no ser notablemente peligroso como otros equivalentes al cabo de Hornos o al de Buena Esperanza, sí requiera atención y cuidado en la travesía, y donde los naufragios son abundantes, también en parte por ser una vía de comunicación conocida desde época muy temprana. Por tanto, este enclave cuenta con numerosas zonas de interés arqueológico que permiten conocer un poco mejor el tránsito marítimo por el Estrecho durante las diferentes épocas, sus características, procedencia de los barcos, mercancía, sociedad y vida a bordo, entre otras cuestiones, más allá de ser únicamente lugares con un gran atractivo turístico y llamativos paisajes submarinos para una inmersión de buceo recreativa.
El punto que nos ocupa en este caso es el del pecio conocido como «San Andrés», que resulta ser una de las inmersiones de buceo más conocidas de Tarifa. Ubicada en la zona sureste junto a la Isla de las Palomas, a la salida del puerto tarifeño, reposan en el fondo los restos del RMS Don Juan, un vapor con casco de madera y propulsión a palas de construcción británica de la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, en un primer momento los restos se confundieron con los del vapor español Miño, que había naufragado más o menos en la misma época y zona debido a una colisión con la fragata británica Minden. Sin embargo, tras años de investigación, recientemente se terminó identificando correctamente el naufragio, gracias al trabajo realizado por los arqueólogos e historiadores que estudiaron los materiales recuperados y que consultaron los documentos y registros de la época, bastante completos sobre la tipología de ambos buques y sus cargamentos.
El Don Juan fue construido en Inglaterra entre 1836 y 1837 junto a otros tres barcos hermanos, también de vapor, por encargo de la Peninsular Steam Navigation Company, con el objetivo de llevar correos de Inglaterra a Alejandría y viceversa, para que desde allí la información se llevase a las colonias británicas en la India. Se trataba, según los testimonios de la época, del “barco más grande a flote que navegaba por aguas españolas”, y efectivamente era no solo grande para su época (aproximadamente 45 metros de eslora y 7 metros de manga), sino también muy elegante y lujoso. Su viaje inaugural tuvo lugar en julio de 1837, yendo desde Inglaterra a Gibraltar y luego a San Sebastián. El 15 de septiembre de ese mismo año, mientras realizaba un viaje de regreso desde Gibraltar hacia la capital británica con pasajeros y correos, una espesa niebla provocó que encallase en los arrecifes de la Isla de las Palomas y Punta Marroquí, frente a Tarifa. Se pudieron salvar los correos, casi todos los arcones con dinero y algunos muebles de los camarotes, sin embargo el barco se perdió. Algunos registros afirman que no hubo víctimas mortales, aunque otros apuntan a que fueron 4 personas las fallecidas, de las aproximadamente 20 que llevaría a bordo (entre 14 pasajeros y tripulación, aunque no queda demasiado claro en la documentación histórica). A pesar de que se estableció un plan de rescate del barco, éste ya se encontraba prácticamente inundado cuando se regresó a las pocas horas, y no tardo mucho más en hundirse. Los intentos por recuperar la carga posteriormente al hundimiento tampoco fueron exitosos.
El Miño, por su parte, era un buque de casco de acero y propulsión de hélice, algo más normal para su época. De construcción británica, en 1854 fue comprado junto a otro buque, el Ebro, por la compañía barcelonesa Pablo María Tintoré y Cía. Contaba con unos 60 metros de eslora y casi 8 metros de manga. En el momento del naufragio, el buque estaba realizando un desplazamiento iniciado en Barcelona y con escala en Valencia y Málaga, donde había recogido a algunos miembros de una de las familias malagueñas más influyentes, los Heredia, que viajaban para desembarcar en Cádiz y asistir a la Feria de Abril ya en Sevilla.
La madrugada del 29 de marzo de 1856, a medio camino entre Punta Carnero y Tarifa, colisionó con la fragata británica Minden, aparentemente por un fallo de maniobra por parte del capitán y la poca profesionalidad de los marineros. El barco tardó en hundirse escasos minutos sin posibilidad de utilizar los botes salvavidas, mientras que la fragata británica sí logró utilizar los suyos y salvar aproximadamente a 20 supervivientes. A pesar de todos los esfuerzos, en este desafortunado accidente de la historia marítima española perdieron la vida 64 personas de las 86 que viajaban a bordo, entre ellas dos de las hijas pequeñas de la familia Heredia. Por otro lado, según los documentos de la época y los relatos sobre el suceso, probablemente la ubicación del pecio del Miño se encuentre más cercana a las costas de Algeciras que a las de Tarifa, aunque no se ha podido identificar aún.
Actualmente, lo que se puede observar del Don Juan durante la inmersión de buceo, entre los 25 y 40 metros de profundidad, son las imponentes estructuras de metal de la maquinaria y del esqueleto del barco, ya que prácticamente todas las partes de madera se han perdido por completo, al no haber quedado cubiertas por arena u otros elementos que las protegieran de la directa exposición con el agua y la degradación. Sin embargo, la
estructura del buque se sigue apreciando de manera bastante clara y en torno al sitio arqueológico se localizan diversas partes de su cargamento y piezas sueltas, como las palas o la caldera.
Principalmente destacan los numerosos lingotes de plomo, correspondientes al cargamento de 21 toneladas de este material que transportaba el barco, y que fueron algunos de los elementos que provocaron la confusión a la hora de identificar el naufragio en un primer momento, al relacionarlos con la fundición «La Constancia» de la familia Heredia, que viajaba a bordo del Miño, y que se localizaba en la playa de San Andrés, también conocida como Huelin, en la capital malagueña. Este metal realmente fue extraído de varias minas almerienses y era propiedad de la Fundación Casa Grande de Adra, la cual había sido recientemente comprada por otra empresa londinense que había cambiado el nombre del negocio a San Andrés, por ser el santoral correspondiente al día de la adquisición. Es por esto que los lingotes, marcados con esta nueva nomenclatura, son los que acabaron dándole este nombre al lugar de la inmersión. Por otro lado, también es habitual encontrar botellas de cristal de la marca de agua tónica Schweppes (creada en
Suiza y posteriormente trasladada a Inglaterra a finales del siglo XVIII) y restos de cerámica. En torno al yacimiento se puede observar una abundante representación de la vida marina de la zona, con la presencia de congrios, morenas, centollos, meros e incluso peces luna o tortugas bobas, entre otros.
Todo ello hace que este lugar sea un enclave atractivo y muy adecuado para tener un primer contacto con el mundo de la arqueología subacuática, de manera que las personas interesadas puedan conocer un poco mejor la importancia histórica y todo el contexto e información que se extrae de este tipo de yacimientos, para poder valorarlos como parte de la historia común de la zona y así implicarse más en su protección y conservación.
Elvira Moreno Martín (Historiadora y arqueóloga)
BIBLIOGRAFÍA
- GARCÍA-GÓMEZ, J. C. y MARGARIÑO RUBIO, S. (2014). Guía breve de Inmersiones en la isla de Tarifa. Sevilla: Parque Natural del Estrecho, pp. 51- 53.
- LUENGO ACOSTA, F. et al. (1996). Andalucía bajo el mar. Guía para el buceador. Analiter, pp. 88-89.
- QUERO OLIVÁN, M., GONZÁLEZ GALLERO, R. (2019). “El pecio San Andrés. Historia de un naufragio mal identificado en la isla de las Palomas (Tarifa).” Almoraima. Revista de Estudios Campogibraltareños (50), pp. 79-86.
WEB OFICIAL DE MARTÍN HEREDIA ESCOLAR Y FAMILIA (s. f.). El Miño.